Pues mire usted, sí. Si hace unos años me lo hubieran dicho,
me hubiera tirado por el balcón o me hubiera tomado dos cajas de pastillas para
la tos con un chupito de licor de manzana o me hubiera autolesionado hasta
cambiar de idea, pero fíjese cómo son las cosas que aquí estamos aceptando con
total normalidad el hecho de que soy de esas madres que tratan de condicionar
las amistades de sus hijos. De ésas odiosas, entrometidas, manipuladoras y sin
escrúpulos que salen en los telefilmes de sobremesa y que te dan ganas de
arrancarle los pelos… de esas mismas. De las malignas. Lo confieso. Y lo peor
de todo, no me pesa. No demasiado al menos.
A mi favor diré que la pelirroja es hiperactiva por sí misma
y que por lo tanto, una, que es madre cansada y estresada a partes iguales,
quiere que se relacione con niños bien, es decir, niños buenos y aburridos, de
ésos que se quedan paraditos junto a mamá en los centros comerciales, que
hablan bajito, que no hacen la croqueta, que no enseñan la ropa interior y que
van siempre de la mano… a ver si en un descuido, la nena que es voluble como su
madre, se deja convencer y se pasa al lado claro y se convierte en una niña de
ésas que no dan un ruido. Que existen, que las he visto. Y de esperanzas
también se vive.
Pero por si eso no fuera suficiente excusa a mi favor, hay
que tener en cuenta que la nena ha nacido para secuaz de un poder superior, así
que cuando se junta con algún niño con ocurrencias más terribles que las suyas,
se convierte en una adepta seguidora , llevando a cabo todo tipo de
malignidades y duplicando su hiperactividad y mi agotamiento.
Así que una, por instinto de supervivencia, trata de
arrimarla a las niñas más tranquilitas del parque, las que sonríen tímidamente
y llevan los lazos en perfecto estado, pero antes de que me dé tiempo a
presentarlas, me giro y la pelirroja ya ha caído bajo el influjo de algún
trapecista intrépido o una salta bordillos o un corredor profesional o una loca
que trata de arrancar una rama del árbol, dejando ciego a todo el que está
alrededor, riendo a carcajadas como si no hubiera un mañana.
Y yo la cojo y la traigo hacia el lado bueno del parque y la
soborno con chuches para que juegue con el ala pava del recinto que sigue en el
mismo sitio que hace una hora, pero antes de que pueda abrirle los gusanitos ya
está otra vez con los pandilleros infantiles dándolo todo Y lo cierto es que no
la culpo porque los niños buenos son un tostón que hasta a mí me aburren, todo
el día pegados a la falda de su madre sin decir esta boca es mía y los malos,
ay los malos… los malos siempre han tenido mucho encanto… Si es que en algo
tenía que parecerse a su madre.