Ya me lo dijo el otro día mi hermana ‘Niña, me estoy
convirtiendo en tu madre y en tu tía Maricarmen y no lo puedo evitar’, pero yo
que cuando voy con pelirrojos sólo escucho la mitad de las frases y asiento con
cara de guiri sin saber de qué va el asunto, fingí que manteníamos una
conversación, pero en realidad estaba en muerte cerebral.
Pero claro, la genética es lo que tiene, que tira mucho y
ahora yo también soy mi madre y mi tía Maricarmen y cuando lo descubrí ya era
demasiado tarde para las advertencias de mi hermana, para mí y para toda la
humanidad. Una pena.
¿Os acordáis de cuando os metisteis en este negocio de la
crianza e ibais con vuestro carro por las calles con vuestra cara de novata y
vuestras ojeras e ilusiones y siempre había una espontánea que salía al acecho
de cualquier esquina para daros consejos invasivos sobre cómo cuidar a vuestros
retoños en plan ‘este niño tiene calor, quítale eso’ o ‘échale una sabanita que
refresca’ o ‘chiquilla, no le des chupete, que se le estropean los dientes’ en
plan vieja maleducada y metomentodo y a vosotras os entraban unas ganas sobrehumanas
de reventarle la cabeza con un hacha? Pues bien, yo soy ésa. La Pantoja no, la del hacha
tampoco, la otra. La porculera.
Lo sé, merezco ser quemada en la hoguera, sobre todo porque
con esta bipolaridad tan mala que me ha generado la maternidad también quiero
ir abriendo cabezas en el supermercado cuando las espontáneas me alertan del
riesgo de comprar helados en invierno o crearle unos hábitos saludables de
alimentación a la pelirroja que llora si le pones un trozo de queso en el brazo,
no te digo ya en la lengua, pero por otro lado ahora deambulo por el mundo cual
justiciera maternal y me tengo que contener para no asaltar a la gente y
organizarle la vida.
El otro día, por ejemplo, paseaba al lado de una pareja de jovenzuelos
–bueno ellos paseaban, yo corría con ojos de loca persiguiendo al benjamín lampón
por el atropello- que llevaban un carrito de capazo con un bebé dentro de pocas
semanas y al que le estaba dando directamente en todo el cuerpecito de recién
nacido, el solano malagueño de nuestros 40 grados con su terral y sus tres
melanomas antes de comer. Y yo que ahora soy mi madre quise acercarme y decirle
que echaran una gasita que cubriera el capazo, que aunque les hayan dicho que
los bebés necesitan sol no es ese sol de las dos de la tarde de Málaga a ‘jierro’,
pero me contuve y me dediqué a perseguirlos cual psicópata colocándome estratégicamente
a su alrededor para generar sombra sobre el carro. De vergüenza. Lo que viene a
ser estar a medio camino entre ser una espontánea metomentodo digna de ser
apaleada y una demente peligrosa. Al final los dejé ir porque era eso o que
acabaran llamando a la poli, pero la verdad es que me quedé con cierto
sentimiento de culpa de no haber hecho de mi tía Maricarmen y haberles obligado
a cubrir el carro.
La pena es que no es algo pasajero. Yo soy ésa casi siempre.
Con lo que yo he sido. Y hace un par de días mientras hacía la sirena ortopédica
con la pelirroja en la playa vi a una madre en la orilla con un bebé pelirrojo
de año y poco, que tenía un brazo achicharrado del sol, más que rojo, morado y
la mujer en su estrossamiento de madre pelirrojil parecía que no se había dado
cuenta. Así que yo, con mis penosas pintas playeras y mis pelos en la cara, me
sumergí hasta los ojos como un caimán para despistar pero sin quitarle de
encima la mirada desquiciada de majara que se me está poniendo, a ver si la
mujer se daba cuenta y enyesaba al niño con Isdin 50 como debía ser. Pero no. Y
yo con ese sufrimiento playero tan grande.
Así, que al final, para no quedarme con el reconcome del
carro y seguir fingiendo que no soy mi madre, mandé a la pelirroja a hacer como
que jugaba con el niño y que al segundo palazo le soltara a la madre lo del
brazo achicharrado.Y no sólo lo hizo sino que consiguió que la madre de echara
la crema mientras yo simulaba echarme las manos a la cabeza y disculparme por
el entrometimiento de mi hija.
A cambio, le compré dos cajas de nuggets y un helado y ahora
somos un equipo. O sea que no sólo soy mi madre sino que he hecho de la
pelirroja mi mejor compinche. Ahora somos como Batman y Robin o como Ryan y Tatum
O’Neal en ‘Luna de papel’ y vamos por la vida repartiendo justicia y estafando
a partes iguales.
Lo dicho, que he perdido la cabeza.