lunes, 25 de abril de 2016

Nido vacío y otras fantasías



Últimamente, así como no quiere la cosa, fantaseo a menudo con la jubilación. Que sí, que me queda una vida y que luego con la jubilación, te viene la osteoporosis, la artrosis y la pérdida de audición, pero para lo que hay que escuchar lo mismo me da y, además,  también te vienen los viajes de Imserso, los paseos por la playa y el tiempo libre para leer hasta que se te caigan los ojos, con la ilusión que me haría a mí leer algo que no fuera el prospecto del Dalsy o el libro de Pampito el payaso ochentero.

Así que ya no aspiro a un viaje en el tiempo hacia mis veinte años para dejarme las caderas al ritmo de Ricky Martin y beberme todo el garrafón disponible, que tampoco estaría mal, mire usted, pero ahora me conformo con mirar al futuro y fantasear con sacarme el carné de jubilado y empadronarme en el cine o en el teatro, pasear cual preanciana hippie, escribir una novela en una casa en la montaña y leer con mis gafas de aumento.

El pater dice que no me haga ilusiones, que seguro que los pelirrojos se convierten en procreadores opusinos y me llenan la casa de nietos ruidosos que no me van a dejar hacer de jubilada cultivada sino de madre postiza arrastrando un carro en mis días dorados. Y ya me he puesto a hiperventilar pensando en tener que interrumpir mis viajes a Benidorm porque los nietos empiezan el colegio y me toca ir con la pamela y el bronceado levantino a hablar con la tutora en un bucle del destino sin fin, mientras los pelirrojos se las dan de yuppies superocupados. Un despropósito muy grande.

También me dice el pater, al que le encanta fastidiar mis fantasías futuras, que seguro que aunque los pelirrojos no quisieran darse a la procreación y tenerme esclavizada de madre suplente, no voy a querer irme a un pueblo costero a escribir frente al mar sino que andaré con el síndrome del nido vacío, picándole al porterillo a los pelirrojos a la hora de la siesta para que me dejen achucharlos un rato aunque ya tenga bigote el uno y use wonderbra la otra.

Y yo me reía hasta que el otro día, después de un tiempo de haber dormido todos en mi cuarto como en un  piso patera, con las camas pegadas unas a otras como en una fiesta de pijamas, los pelirrojos volvieron a su cuarto. Y fíjense que estaba loca por echarlos y volver a la soledad conyugal libre de patadas en los costados, pero esa noche me dieron las tantas con los ojos como platos de no escuchar las respiraciones y ronquidos sincronizados y de no tener esa certeza de que todo va bien que te da el tenerlos literalmente encima, aplastándote los órganos vitales.

Total, que después de espiarlos de madrugada desde el quicio de la puerta cual psicópata de película de Antena3 o espectro de película japonesa, acabé por rendirme a la evidencia de madre majara masoquista y me colé entre sus camas ‘arrejuntadas’ a hincarme el caballo de la Barbie en una corva, llevarme dos millones de patadas en el bazo y maldormir entre respiraciones calentitas y complementos de los Pin y Pon.

Total, que ni Benidorm ni leches.

lunes, 18 de abril de 2016

Verdades como puños o, mejor, como puñetazos



Tener niños cerca es tener al enemigo en casa y no sólo por los trabajos forzados a los que te someten día y noche cual costurera de Bangladesh ni por el estrés que te inyectan en vena y que te dejan lanzando alaridos al viento como una Belén Esteban cualquiera, sino por el exceso de sinceridad que, por supuesto, nadie les ha pedido.

‘No, mamá, ahí no, más cerca de la ceja, justo en la raya esa que tienes como metida para dentro’. Y así fue como la mala pécora de mi hija me dejó claro que la arruguita de expresión del entrecejo no era una arruguita ni era de expresión, era una arruga de anciana con tal profundidad que bien podrían caberme dentro todos los papeles de Panamá. Y me lo soltó así, a las bravas después de todo lo que yo he hecho por ella.

Y por si fuera poco, otro día viendo el reality de las Kardashian –sí, lo veo en cuanto me dejan- me lamenté diciéndole al pater que en nada acabaría teniendo el megaculo de Kim, a lo que la pelirroja, tratando de ser amable, me explicó que aunque era parecido yo lo tenía más bonito porque ella lo tenía más para arriba y yo más para abajo y que como ella era más canija que yo, el culo se le notaba más y quedaba más feo. Y hasta sonrió pensando que había hecho la buena acción de la semana. A nada estuve de darla en adopción.

Luego está el primísimo, que adora a su madre y cree que es más guapa de Irina Shayk, pero la sinceridad la carga el diablo y el otro día cuando mi hermana se arreglaba para
darlo todo con las amigas y se colocó su minifalda de plumas, el entrometido del niño se agachó y clavándole los ojos en las rodillas le escupió a la cara ‘mamá, tienes las rodillas como para abajo’ y mi hermana, que la pobre no se había metido con nadie e incluso le había dicho al niño que era buenísimo al fútbol cuando es un paquete que no sabe ni cuál es su portería, envejeció otros cuarenta años de golpe.

Pero la mejor es una de mis ahijadas, que cada cierto tiempo, así por la cara y sin previo aviso, entra en bucle de llanto desconsolado porque su madre ‘es viejísima y ya mismo se va a morir’. Así, a caraperro. Y mi amiga que está de muy buen ver y recién acaba de abandonar la treintena, entra en una depresión severa. La otra de las mellis es menos pérfida y consuela a la hermana diciéndole ‘qué pesada eres, no ves que si se muere siempre te va a cuidar desde el cielo’ y se queda en la gloria, mientras mi comadre, ojiplática, busca clínicas de rejuvenecimiento para que vayamos en pandilla a que nos hagan precio.

Cría cuervos.

lunes, 11 de abril de 2016

Segundones


Fíjate que yo ya descubrí lo chungo que era ser el segundón cuando mi madre decidió que heredara el traje de comunión de mi hermana, que hubo hasta que desmontarlo para que me entrara por el culo -que ya entonces era culo tipo Kardashian- alegando que era un traje ‘güenísmo, finísimo y de plumetti’ y con eso bastaba para que yo, segundona en la estirpe familiar, no tuviera derecho al estreno. Un sinvergoncerío muy grande.

Ahora el pobre hermanísimo es el que sufre en sus blanquecinas carnes estos desagravios, pero no porque tenga que heredar los vestidos de la hermana, que solo le faltaba a la criatura el travestismo, sino porque el pobre sobrevive como puede a su aire, sin que aquí nadie le haga caso más que para alimentarlo, bañarlo y como mucho hacer el saludo de Pija-masc dos veces al día para que el chiquillo se nos venga arriba y se sienta parte de esta familia de locos.

Conste en acta que yo amo a Cigoto y que de verdad que me gustaría plastificarle las vocales como ya hiciera con su hermana, leerle cuentos de postín, jugar horas a la plasti, hacer la coreografía del tallarín y la croqueta en el salón, pero no me da la vida y en lugar de eso, le meto los folios a empujones en la mochila junto al desayuno que nunca coincide con el calendario de la guardería y una muda de chándal desconjuntado, lo disfrazo con horribles trajes del chino sin dobladillo y ni siquiera sé de qué van las reuniones de la guarde hasta que la seño lleva media hora hablando.

Sin embargo, he descubierto que no soy la única y que las madres del cole de la pelirroja a las que les chupaba un pie que sus hijos suspendieran caligrafía, en realidad no eran pasotas, eran madres de hijos segundones a las que lo que le chupaba un pie era la caligrafía porque tenían un mayor que andaba haciendo circuitos eléctricos para clase de plástica y ecuaciones de segundo grado. Dónde va a parar. Y mientras las madres de primogénitos compramos caligrafía extra con los ojos desencajados y con el síndrome del túnel carpiano en grado tres, de tanto redondearle la a, porque para nosotras la caligrafía es la cima educativa.

Y, claro, yo ahora soy ellas en las reuniones de clase del peque donde las madres entran en modo ataque de ansiedad si la seño se niega a pelarles el plátano a sus criaturas o si su hijo aún no distingue el círculo amarillo en el entorno o el número tres en el calendario de Pampito y entre hiperventilación e hiperventilación, piden por favor participar en la coreografía de fin de curso, lampando por hacer el majara en público, con la de plancha que tiene una.

Y mientras sonrío maliciosamente con las preguntas de las madres entregadas acerca del pelado frutal, las chungas repetidoras nos sentamos al final como pandilleras en nuestras minisillas, y hablamos del último reality televisivo por estrenar, a sabiendas de que los nuestros, pobres segundones supervivientes, saben pelarse el plátano con los ojos cerrados. Y los que no, se lo comen con cáscara sin rechistar. Con la de vitaminas que tiene eso…